BSO con Emilio Aragón (Movistar +)

 
Período de emisión: 2021

Temporadas: 1 (y ya sobra, por favor)

Valoración: vergüenza ajena

Pues aquí a la izquierda (solo por esta vez, ¿eh?) tenemos a Emilio Aragón en la guisa que hizo de él una persona célebre allá por los años 70. Seguro que él estaría orgulloso de que le siguiera llamando Milikito a o largo de esta reseña, pero no. Ni siquiera los que le vimos en su época en esa triste televisión nacional de canal único pudimos librarnos de ese show repetitivo llamado Los payasos de la Tele. 

Bien: el personaje no quedó satisfecho con eso. Obvio, que siendo el miembro de una segunda generación de payasos (pero él, en su perfil de su propia página web personal, se describe como actor) insistiera en mostrar al mundo su talento. Optó por un perfil blanco, beato y conservador, disfrazado de yerno perfecto, persona comedida y educada, de misa semanal y que peina con raya a los niños antes de llevarlos a colegios de pago. Perpetró Médico de familia, serie tan inofensiva que ofendía con su pacata tensión sexual no resuelta (nada serio, oigan) y su sibilino clasismo donde los personajes pobres eran tontos pero de buen corazón y los ricos eran todos buenos porque por algo son ricos, ¿no? Llegó a obtener (!!!) premios al mejor actor. Y se forró. Montó una productora que ha incorporado algún programa algo más aguerrido, y se siguió forrando. Obtuvo una licencia de TV y creó, y presidió, La Sexta, esos plagiadores de prestigiosos blogs literarios, el teórico canal de izquierdas complementando a Antena3. Pero su ego no tiene bastante con los bolsillos repletos de los pingües beneficios de tanta serie para todos los públicos. Sin la más mínima misericordia, en BSO con Emilio Aragón (su nombre que no falte, incluidas las fotos de señor mayor canoso con barba recortada) ha optado por mostrar su faceta de (pretendido) músico y, bueno, todos los peores presagios se cumplen. El programa consiste en presentar a un famoso (normalmente alguien de una celebridad local obvia), dorarle la píldora en una primera secuencia infumable, una especie de presentación que precede a un baño de peloteo absoluto disfrazado de entrevista alternativa que se va produciendo con intermedios dedicados a números musicales, versiones de las canciones que el entrevistado reconoce como importantes en su vida. Obviedades, por supuesto, aparte de la estupidez intrínseca de pedirle elecciones a personas que ya son músicos. Esos números, ejecutados por músicos de estudio con pretendidas caras de entusiasmo y con vocalistas colaboradores - la mayoría, viejas glorias en franca decadencia - pretenden generar admiración, y son aderezados por el propio Milikito Emilio Aragón prestando apoyo instrumental o vocal, faceta esta que ya acaba de decantar la balanza hacia el horror absoluto. Nada de talento, nada de pasión, todo pendiente de una aparatosa sensación visual que resulta encarcarada y añeja. Como esos programas de variedades de TV de los años 70, pero con el absoluto acaparamiento del tipo en cuestión, que parece creer estar llevando a cabo una misión. Las entrevistas, infumables, al puro estilo Bertín Osborne (cercanía pretendida ceñida a un guion), pero aún queda lo peor. 

Aragón dedica a sus entrevistados un último regalo, o eso dice. Que resulta ser como si un pintor aficionado te envolviera un cuadro de regalo que no sabes dónde meter cuando regresas a casa. El regalo es una canción: Aragón ha generado un alter ego musical llamado Bebo San Juan, un tipejo infecto que imposta acento latino y que perpetra numeritos de regusto kitsch. Ahí el talento, inexistente en todo el programa, ya se bate en retirada sin posibilidades de retorno. Los invitados, abrumados por el el peloteo, no deben saber dónde mirar. Aragón, que no tiene cualidades musicales en absoluto, acaba investido en protagonista total de su propia idea enfermiza. Ni modestia ni sentido del ridículo. Este hombre pretende conseguir adeptos con este esperpento. Vuelve al despacho, beato insoportable. No pongas tus manos sobre la música. Sigue contando billetes, estúpido payaso.



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