Homeland (Showtime)


Temporadas: 8

Período de emisión: 2012-2020

Valoración: muy recomendable

En algún punto a lo largo de la tercera temporada, uno puede preguntarse: ¿Cómo esto puede llegar hasta las ocho temporadas? ¿Cómo rellenar más de sesenta capítulos restantes? Explico la valoración: las dos primeras temporadas de la serie son descomunales. Partiendo de una premisa sencilla, pero con un desarrollo a la medida para cambios de bando, traiciones, todo ese pasto idóneo de cliffhangers prácticamente al final de cada capítulo, un ritmo narrativo endiablado y una obvia química entre la pareja protagonista Danes/Mathison y Lewis/Brody, que parecen haber nacido para protagonizar esas tensas escenas. Casi imposible explicarlo sin bordear el spoiler, pero ése era el punto de resolución de la serie, un abandono en lo más alto y a vivir del prestigio acumulado. Por contra, en seis temporadas siguientes, seis, setenta y dos capítulos más, sin desmerecer el hallazgo de personajes interesantes, sin negar méritos relevantes y con el descollante despliegue visual, la serie, más que perder fuelle, se convierte en una especie de franquicia que se desplaza geográficamente y pisa Europa, se introducen algunos personajes relevantes (Quinn, Yevgueni), se relega a otros por exigencias narrativas, no hubiera estado de más alguna aparición puntual de la antigua familia de Brody, por ejemplo, se potencia algunos aparentemente secundarios, y la serie discurre en cinco temporadas de oscilaciones de la relación profesional entre Carrie y Saul Berenson, éste interpretado por Mandy Patinkin, personaje tenso que combina ternura y frialdad, cuya rigidez y cansancio ostensible refleja el desarrollo de la serie hasta su final: estamos allí, todo fluye y es coherente, pero vamos teniendo ganas de llegar a casa.

No quiero decir que se trate de un timo descarado al espectador como acabó siendo Lost. De hecho, en segundos visionados e incluso en una lectura a nivel superior la serie revela no pocas curiosidades, tanto a un nivel puramente anecdótico como en esa especie de planteamiento analítico que podía desprenderse de la enorme cantidad de escenas, en las dos últimas temporadas, que se desarrollan en los pasillos y despachos de los centros políticos. ¿Por qué, en ese tránsito global que incluye Afganistán, Pakistán, el conflicto de Oriente Medio, la relación con Rusia post-caída del muro, ISIS, se elude en todo momento uno de los focos de tensión latente, como es la relación China-USA? Ocho temporadas y no hay sitio para un malo de ojos rasgados. ¿Por qué los coches de los buenos están siempre limpios y relucientes y los malos andan en pick-ups destartaladas que parecen no haber conocido un túnel de lavado? Ese es el mensaje algo dudoso de Homeland, tan obvio que hasta provoca algo de pudor. La obvia onda expansiva del 11-S, el constante enarbolamiento de la bandera de la democracia por parte de los Estados Unidos, incluso ciertas acertadas predicciones puestas en boca de personajes, que no dejan de tomar relevancia cuando, aquí en el mundo real, los talibanes recuperan el poder en Afganistán. En fin, una excelente idea desarrollada de forma magistral en unos 30 capítulos iniciales que pierde fuerza y da coletazos, los suficientes para ser vista, a partir de ahí.

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