The Undoing (HBO)

Temporadas: Sólo una, gracias a Dios...

Emisión: 2020 (para rematar el año)

Valoración: Mátame, camión


Atención: esta reseña contiene spoilers (aunque ya os digo yo que os va a dar igual)

Lo mejor que tiene The Undoing es el título -se puede traducir por "el desmoronamiento" o "derrumbe"- porque refleja a la perfección lo que ocurre con esta miniserie de HBO: se empieza a verla con las expectativas muy altas, todo parece perfecto; cuando se plantea el conflicto argumental aún mantiene cierto interés, pero de ahí hasta el final  tanto la trama como los personajes, la propia verosimilitud de la historia ruedan cuesta abajo y sin frenos hasta el desastre total... Ahora bien, aunque se pueda tomar como una autoironía, lo del undoing no se refiere a la propia serie, sino a lo que le ocurre a la familia protagonista, los Fraser, humilde familia neoyorquina compuesta por el padre, un reputado oncólogo -Hugh Grant-, la madre, una muy prestigiosa terapeuta de parejas -Nicole Kidman-, hija de un no menos exitoso millonario -Donald Sutherland-, y que tienen un retoño adorable que toca el violín y acude a un colegio pijo del centro de Manhattan -eso sí, para ir al cole el pobre chico tiene que atravesar cada mañana Central Park ¡a pie!-; todos parecen llevar una vida perfecta, a pesar de sus problemas de working class, como se ve.

El drama surge cuando aparece brutalmente asesinada la madre de otro niño del colegio -becado, que este sí que es de clase humilde de verdad-: una joven escultora hispana que estaba bien buenorra provocaba no poca perturbación erótica a su alrededor. Pronto se nos revela que el principal sospechoso del asesinato es el doctor Fraser, que aprovechó ser el médico del hijo para liarse con la madre (y eso que el bueno de Hugh está ya en edad de vigilarse la próstata... aunque los responsables de la serie habrán supuesto que quien tuvo, retuvo). A partir de aquí, cualquier espectador medianamente habituado a la ficción audiovisual esperaría unos cuantos giros de guión, pistas que conduzcan a otros sopechosos, algún que otro cliffhanger imprevisto, etc. O, para terminar, ya que el productor David E. Kelley se ha especializado en series sobre abogados y folletines legales, un juicio lleno de tensión, testigos sorpresa, brillantes alegatos y dictamen catártico final...

Pues no, no hay nada de eso. Mejor dicho, intenta haberlo, pero el guionista o guionistas debían de estar dejando la cafeína, las anfetaminas o cualquier otra sustancia estimulante (ojalá no lo hubieran hecho), porque el resultado es, siendo generoso, soporífero. No hay tensión, no hay intriga ni sorpresas y apenas interés, como no sea para los muy fans de los actores protagonistas -que el elogio más repetido en las RRSS sea lo divinamente vestida que va Nicole Kidman debería ponernos sobre aviso-; y eso, sin contar los muchos fallos de guión o los momentos directamente sonrojantes: en mi memoria siempre quedará una persecución a la Kidman por las calles de Manhattan con un carrito de bebé... (quiero decir que quien lleva al bebé es EL PERSEGUIDOR... o_O). Por si fuera poco con las situaciones inverosímiles y diálogos que dan vergüenza ajena, el atónito espectador (o sea, yo) no puede dejar de sentir lástima por las oportunidades perdidas una y otra vez para remontar la narración: los plot-twists que quedan en agua de borrajas, las líneas argumentales alternativas que pronto se desechan y personajes interesantes cuyo mayor desarrollo sería enriquecedor  -la propia víctima sin ir más lejos- que se mantienen en un esbozo tirando a burdo. La trama va transcurriendo de mal en peor, desangrándose hasta que un final, por lo demás bochornoso, tiene la caridad de rematarla.

Si el problema más grave de la serie es la endeblez del guión (ya digo que parece obra de un guionista que, o bien estaba superando alguna adicción grave, o estaba siguiendo una cura de sueño... o simplemente no le pagaban lo convenido, así que él hacía como que trabajaba); no menos decisivo es la poca o escasa prestancia de sus protagonistas. Y eso que, a priori, el reparto era de lujo: Nicole Kidman -se supone que la idea era repetir el éxito de Big Little Lies-, Hugh Grant, Sutherland, Edgar Ramírez... Bien, para empezar, a casi todos les sobran, al menos, diez años por cabeza para hacer creíbles a sus personajes (menos a Matilde de Angelis, la víctima, a la que harían falta unos cuantos años más); pero eso no es lo peor: en el caso de la Kidman, el bótox  o lo que sea que se ponga en la cara hace que tenga la expresividad de un frasco de mayonesa. Sus esfuerzos por mover los músculos del rostro -hay que reconocer que la mujer los hace- le permiten, como mucho, poner cara de incomprensión/susto/paranoia... algo que, bien mirado, no le va mal a su personaje, quien, pese a tratarse de una prestigiosa psicóloga-terapeuta, para sus propias cosas parece más tonta que el asa de un cubo.

El caso de Hugh Grant es el contrario: su rostro se pasa de expresivo, a lo que contribuyen sus constantes muecas para componer un personaje en principio encantador, pero ambiguo e incluso turbio. Porque, aparte de estar demasiado fondón para hacer de médico ligón (también es verdad que el hombre tiene 60 años y nunca ha estado tan en forma como su tocayo Jackman, por ejemplo), tiene ya arrugas hasta en el velo del paladar. Que conste que aplaudo su naturalidad estética, pero, en este caso, en los planos en los que aparece con Kidman el contraste de texturas entre sus respectivos cutis, realzado por el claroscuro de la fotografía resulta digno de un cuadro de Caravaggio (es un decir, claro). Donald Sutherland, por su parte, hace lo que puede, pese a su avanzada edad, y mantiene una presencia digna, pero en su papel tampoco hay más cera que la que arde... Al final, quienes se llevan la palma interpretativa en esta serie son los secundarios Noah Jupe, que hace del hijo de los Fraser y se pasa toda la serie con cara de temer que sus padres sean gilipollas, y la abogada defensora, Noma Duwezmeni, que en todo momento tiene cara de SABER que sus clientes son gilipollas. 

En suma, que la serie es un truñaco desastre desde casi el comienzo hasta el último momento... por salvar algo, además del vestuario y la fotografía, digamos que es de esas ficciones que nos permite echar un vistazo a la forma de vida de la burguesía bienestante de N.Y., un mundo al que, sospecho, la mayoría de nosotros no tendremos nunca acceso en la vida real. Aunque, como la serie refleje en algo la realidad, casi mejor... 

* Esto es puro pour-parler, porque el guionista es el propio Kelley, o así consta, al menos. Otra cosa es que pueda haberlo hecho algún ghost-writer mal pagado, porque si no, no se explica...


El careto que se le quedó a Nicole Kidman cuando se dio cuenta del truño que habían perpetrado.



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