Unorthodox (Netflix)

Temporadas: 1
Período de emisión: 2020
Valoración: muy recomendable 

Naturalmente el tiempo transcurrido desde su estreno y la asequibilidad de su formato (una única temporada compuesta por cuatro capítulos: apenas tres horas y media que la convierten, técnicamente en una película por entregas) hará que mucha gente considere hablar, hoy, de Unorthodox es algo ya antiguo y trasnochado. Añadamos los tiempos difíciles y particulares en que la serie ha irrumpido y seguramente afrontemos su mera existencia como algo intrínseco a la necesidad de puro entretenimiento.
Sería algo injusto: a raíz de su visionado he de reconocer que vi unos cuantos videos en diversas plataformas sobre la comunidad ultraortodoxa  hasídica en que se basa la serie y tuve un interés, diríamos, voraz, que quedó satisfecho para a continuación pasar a otra cosa. Digamos que es algo representativo de la dinámica actual de consumo y que ello no es obstáculo para valorar la serie, simplemente la avasalladora oferta de las plataformas obliga a eso, y desde luego uno tiene que ser casi un super-héroe para atender tantas y tantas temporadas de tantas y tantas series de tan y tan obligado visionado. 
Unorthodox, basada en un libro escrito por Deborah Feldman sobre su experiencia personal, cuenta la historia de Esty, joven perteneciente a la comunidad radicada en Williamsburg, barrio de Brooklyn, NY, que es, siguiendo las estrictas tradiciones del credo, llevada a una boda de conveniencia, obligada a una vida sexual incómoda, acogida por la familia de su marido Moishe, circunstancias todas ellas que la ahogan y la coartan, pero que no son la espoleta de su decisión de huir: quiere dedicarse a la música y el plan de vida diseñado por las creencias hasídicas no deja ese resquicio: ha de seguir una serie de tradiciones, absurdas, casi grotescas, y no ve otra vía que la huída: encontrarse con su madre en Berlín e iniciar una nueva vida cumpliendo su sueño.
El ritmo narrativo es frenético: la ambientación, excelente, tanto que la serie está interpretada en yiddish, y respeta toda la iconografía, desde las costumbres más divulgadas (el respeto estricto por el sabbath, las ceremonias con estricta separación por género) hasta los mínimos detalles (las pelucas para que las mujeres no muestren el cabello, los shtreimel). Todo ello la hace excitante y casi impecable, sobre todo cuando la trama se desarrolla en Williamsburg, cuando se percibe el impacto de un hecho así en una comunidad tan cerrada en sí misma que parece imperturbable. Por contra, los hechos en Berlín, sobre todo en lo concerniente a la idílica acogida que le es dispensada a Esty, resultan algo forzados. Todo parece uno de esos infectos anuncios veraniegos a que nos tienen acostumbrados, para terror y asco del que esto escribe, las marcas de ciertos brebajes que se venden pretenciendo ser cerveza. Todo el mundo es guapo y luce blancas sonrisas y ayuda a Esty. Un Berlín que no parece una ciudad dura sino una especie de Disneylandia post-moderna y creativa. No es que esa parte llegue a malograr la serie, que resulta apasionante y brillante, y que espero que algún guionista no se plantee alargar poniendo más en la sartén de lo que hay.

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