The Leftovers (HBO)

Período de emisión: 2014-2017
Temporadas: 3
Valoración: recomendable

Aparte de basarse en la novela homónima de Tom Perrotta, The Leftovers cuenta en sus guionistas y productores con algunos de los creadores de Perdidos. Y una de las cuestiones que se plantearían, especulo, es que la serie no podía escaparse de las manos de sus creadores y acabar siendo un despropósito considerable simplemente por obtener un éxito creciente y tener a una audiencia ávida de giros de guion constantes, generando un crescendo sin otro destino que explotar ante sus narices. Así que The Leftovers se cierra en tres temporadas y veintiocho capítulos y su resolución es al menos, digamos, digna y coherente.
Estamos, claro, en el terreno de las distopías y una vez más la lectura de estas, de esas realidades alternativas, entra en el delicado ámbito de las especulaciones de orientación espiritual o incluso abiertamente esotérica. Es, suponemos, el nicho de mercado atractivo para ese cierto público que reclama situaciones fantásticas pero no demasiado, que no va a creer en extraterrestres con tres ojos bajándose de naves con luces de colorines, pero que reclama algo más que cruda realidad. Un indudable gancho que hay que administrar.
The Leftovers cuenta, como Lost con una primera escena de un primer episodio (esos que antes llamaban piloto) de las que dejan noqueado al espectador. En ella, se producen las desapariciones simultáneas de un montón de gente (el 2% de la población mundial) y la escena es un prodigio casi coregrafiado de situaciones. Bebés, conductores de vehículos, padres que acompañan a los hijos. El impacto es absoluto y lo sucedido ese 14 de octubre, claro, marca la serie en su evolución que, en la primera temporada, brillantísima, se centra en el entorno más cercano de un policía que no ha perdido a nadie (en un principio), pero cuyo destino queda marcado por daños colaterales: su esposa ha abandonado a su familia y se ha unido al Remanente culpable, una especie de movimiento surgido tras los acontecimientos, que han dejado una profunda cicatriz en el planeta, donde todo el mundo ha sido afectado y donde cada aniversario de los hechos representa una especie de funeral planetario a la expectativa de saber algún día, por qué todo eso sucedió. La estructura guarda, entonces, cierta semejanza con Lost: hay una sociedad dividida entre los desaparecidos, sus círculos más cercanos, todos los subconjuntos sociales generados por los hechos, y las correspondientes corrientes de opinión surgidas. Así como la primera temporada se sucede a un ritmo endiablado mientras el espectador digiere el planteamiento, y los personajes se van sucediendo, es inevitable considerar que pierde fuelle en su segunda y tercera temporadas, en que la serie traslada su emplazamiento a Miracle, población que no ha registrado ningún desaparecido y que es tratada como una especie de santuario con una acampada exterior de tonos madmaxianos donde la trama empieza a escorarse hacia escenarios más recargados espiritualmente, cuestión que personalmente me ha resultado algo chocante: de repente parecía que los guionistas parecían querer enviar un mensaje a los espectadores o incluso al universo. De repente, igualmente, parece que los personajes empiezan a desobedecer la lógica de la supervivencia y pican con los trucos que se les presentan. La tercera temporada va aún más lejos, a Australia en una especie de cierre de círculo tan distante de la perfección como del risible cierre de Lost. Un movimiento obvio consecuencia, insisto, de malas experiencias anteriores y un parón lógico para una serie que, en claro descenso, daba síntomas de agotamiento.

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