Twin Peaks

Temporadas: 2 (+1)
Periodo de emisión: 1990-91 (+ 2017)
Valoración: Imprescindible

Mientras escribo esto, escucho la banda sonora que Angelo Badalamenti escribió para esta serie, como antes lo había hecho para Blue Velvet o Wild at Heart, y seguiría en posteriores proyectos de David Lynch. Es tan extraordinariamente evocadora la música de Badalamenti que en ese rosco de once temas está contenido casi todo lo (mucho) que lleva dentro Twin Peaks: el viento que agita los cipreses, personajes de sueños/pesadillas, el absurdo, la ambición, misterio y crimen, seducción, fragilidad. Algún día habrá que dedicarle un rato desde el punto de vista musical, pero ahora hablemos de la serie.

No sé si Twin Peaks fue el final de todo lo que se había hecho antes o el principio de lo que se haría después, o ambas cosas. Quizá ninguna de la dos, quizá fue simplemente algo único, diferente de todo lo anterior y lo posterior, algo irrepetible que nadie más que David Lynch hubiera podido hacer. Pero lo que está claro es que es una especie de obra total, una genialidad que contiene todo lo que cabe en una ficción audiovisual.

Por hablar de algo concreto, por si a alguien no le suena, todo empieza (los primeros minutos del episodio piloto son estremecedores) con la aparición del cuerpo sin vida de Laura Palmer, estudiante del instituto, la chica ideal. Aunque parezca desproporcionado para un crimen ‘de pueblo’, el FBI envía a Twin Peaks al agente Dale Cooper, uno de los personajes más singulares que ha podido verse en una pantalla, pequeña o grande. Con sus peculiares métodos de trabajo, en ese entorno en apariencia idílico de las montañas del noroeste Cooper irá encontrando múltiples caminos sin salida, secretos que se ocultan tras la vida apacible de una pequeña población provinciana. Es ahí donde empezamos a admirar la perfección con que están trenzados los múltiples elementos del guión. Veamos:
  • Relato policiaco: Twin Peaks es básicamente la investigación de un asesinato, por tanto algo por completo usual, repetido hasta la saciedad. Precisamente, lo rompedor es dar un tratamiento novedoso a algo tan cotidiano
  • Culebrón: pero un culebrón enorme en el que muy pocos de los numerosísimos personajes está a salvo de enredos sentimentales, intereses a veces puros, a veces mezquinos, disputas y sumisiones
  • Cine negro: ambiciones inmobiliarias mezcladas con crímenes cutres, extrañas subtramas sobre tráfico de drogas, prostitución y delincuentes de tercera división
  • Terror: bajo todo el guión transita permanentemente una corriente de terror psicológico, poblado de personajes sobrenaturales, seres que asoman ‘entre dos mundos’, presencias inquietantes que se ocultan tras las notas del Twin Peaks Theme
  • Comedia: pero una comedia muy loca en la que a cada paso surge el disparate, el chiste absurdo, la humorada que descoloca al espectador, que ya no sabe a qué está asistiendo

Precisamente esa mezcla es la clave. Todo es un maravilloso pastiche, una parodia sobre cada uno de los géneros que toca, integrada gracias a un guión magistral que firma Lynch con Mark Frost, que va cambiando el foco de un escenario a otro y combinando los factores de forma que contrasten lo más posible: pasamos sin transición de la tierna historia de amor a la irrupción de mal, el chiste absurdo florece en el momento más dramático, los personajes experimentan transformaciones que les hacen situarse alternativamente en el centro de la broma y de la tragedia.

No sólo eso. Hay escenas, capítulos enteros, que forman parte de la historia de la televisión: la aparición del cuerpo de Laura Palmer a la que me he referido antes; el interrogatorio de Teresa Banks en la cama de hospital; Leland en su celda mientras salta la alarma de incendios; y, por supuesto, el ya célebre sueño del enano y las cortinas rojas: ¡casi un capítulo entero que consiste en un sueño, emitido en una televisión generalista!

Naturalmente hay cosas mejorables. Lynch no dirigió personalmente más que una pequeña parte de los cuarenta episodios, y a veces se notan altibajos en la calidad de unos y otros. También es evidente que sobra material (bastante) en la segunda temporada y, seguramente por exigencias comerciales, la serie se alarga y complica sin necesidad.

Pero quedémonos con lo esencial: nadie se ha atrevido a hacer algo así en televisión, nadie ha conseguido hacerlo, además, así de bien, y más aún si consideramos que en su época no existían las plataformas digitales que actualmente permiten mucha mayor libertad creativa. Han pasado más de veinticinco años y no creo que se haya hecho nada de parecido nivel. Y esa es otra, porque no hace mucho que nos ha llegado una tercera temporada, y eso sí que tiene tela, pero mucha tela. Tanta, que lo dejamos para otra ocasión.

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